Para mí, pintar es, entre muchas otras cosas–y en esto se asemeja a las otras prácticas artísticas–una manera de ver, de observar la realidad, de integrarla en un proceso creativo impulsado por los efectos que produce en mi sensibilidad, a menudo depurados por la memoria. O, si quiere considerarse desde otro ángulo, pintar es para mí una manera de mirar, que se ejecuta desde una perspectiva distinta a la habitual, separando algo de su entorno, aislándolo, seleccionándolo. O incluso puede entenderse como un sistema para interpretar lo que se ve, lo que se imagina o lo que se ha mirado, una fórmula más o menos aprendida, desarrollada y abandonada por otras diferentes, en ocasiones contradictorias, basadas en todo caso sobre pautas que mudan con las épocas sucesivas y distintas que el pintor va viviendo en relación con su oficio.

Es una operación que resulta siempre difícil y aventurada, aunque para el que la lleva a cabo, y para quienes aprecian la pintura en alguna de sus manifestaciones, ese intento de ver, mirar o interpretar sea irrenunciable, por encima de los obstáculos que ofrezca.

El origen de esas dificultades reside en el hecho de que pintar también es para mí –además de mirar– elegir, distinguir a través de un proceso de atracción y de rechazo entre un conjunto de temas y motivos posibles, y, en una trayectoria paralela, a través de los medios que puedan aparecer como más adecuados para fijarlos, para retenerlos en lo que podría parecer su significación interna. Aunque muy a menudo solamente lo sea en apariencia.

En mi última obra hay una determinada parte de observaciones mías sobre algunos edificios singulares. Son, hasta cierto punto hallazgos visuales, a veces intencionados, producto de una búsqueda, a veces fruto de la casualidad.

Digo “singulares”, al margen de la diversidad y los méritos del estilo arquitectónico que caracteriza a cada una de estas construcciones. Las califico así porque todas tienen en común su uso, aunque alguna tuvo antes otros destinos utilitarios: son museos, lugares destinados a la conservación y la exhibición de obras de arte que la historia y la crítica especializadas han señalado con valores particulares. Los depósitos que contienen hacen de ellos centros de visita, casi de peregrinación, para el gran público. Pero, además, aquí se encuentran algunas grandes referencias en que los pintores, yo mismo, buscamos otras formas anteriores o superiores a la nuestra, de ver, observar e interpretar. Puntos, pues, de encuentro con nuestra tarea tal como otros la han concebido.

Hay en estos lienzos, por tanto, una elección de fragmentos en los que pueden reconocerse construcciones identificables, como insertas en un entorno urbano preciso del que forman parte, en el que algunas de ellas hasta llegan a erigirse en simbólicas.

Optando por mantener para cada uno de los espacios su propia singularidad, he tenido el propósito de dotar a la serie que constituyen de una hilación que trasciende los límites de la localización concreta. Con la voluntad bien definida de producir así una imagen complementaria, contrastada, de arraigo urbano, por una parte, y de universalidad, por otra, la que concede la pertenencia de estos espacios al gran patrimonio común de la cultura.

adrià lanuza